Columnas 154 Alejandro Burgos julio 30, 2025
Honduras atraviesa un momento delicado. A pocos meses de las elecciones, las
instituciones muestran señales claras de debilitamiento. Las disputas internas en el Consejo
Nacional Electoral generan incertidumbre y desconfianza. La violencia, la impunidad y las
violaciones de derechos humanos afectan gravemente a periodistas, mujeres y defensores
ambientales. En el plano internacional, el fin del estatus migratorio otorgado por Estados
Unidos pone en riesgo a miles de hondureños. Las tensiones diplomáticas aumentan y la
cooperación internacional parece insuficiente. En medio de este escenario, la ciudadanía
percibe un sistema político alejado de sus verdaderas necesidades. El descontento crece y
con él, la sensación de abandono institucional.
El contexto tan frágil exige un compromiso ciudadano real con la democracia, no solo como
sistema, sino como ideal ético. Las divisiones sociales se profundizan y el tejido social se
fragmenta cada vez más. En esta coyuntura, la juventud tiene un papel histórico que asumir.
Puede convertirse en puente entre sectores enfrentados y en generadora de nuevos
consensos. En manos de los jóvenes está la posibilidad de renovar el espíritu democrático
del país. No se trata solo del voto, sino del compromiso cotidiano con la vida pública. La
reconstrucción social comienza con la escucha, la empatía y la participación activa.
El compromiso con la democracia no es solo electoral, sino también ético y comunitario.
Implica rechazar la violencia como vía para resolver los conflictos sociales. Significa buscar
el diálogo antes que la confrontación, y los consensos antes que las imposiciones. La
democracia, como dijo un gran pensador italiano, consiste en regular los conflictos de forma
civilizada. Los jóvenes hondureños pueden ser protagonistas de una transición hacia una
política más abierta y humana. No deben replicar los vicios del pasado, sino cultivar nuevas
formas de entendimiento. La transformación no vendrá del caos, sino del respeto mutuo y el
encuentro con quienes piensan distinto. La democracia vive en la práctica diaria de la
tolerancia.
La democracia hondureña no está condenada si quienes creen en ella deciden actuar. No
basta con indignarse: hace falta construir. Fortalecer las instituciones requiere de una
ciudadanía activa, crítica y comprometida. La juventud tiene la energía, la creatividad y la
visión para liderar ese proceso. Si se asume este desafío, Honduras puede encontrar un
nuevo comienzo. Todavía es posible recuperar la confianza en lo público y reconciliar al
país con sus ideales. La historia no está escrita: depende de nosotros decidir cómo
continúa. Y en esa historia, los jóvenes pueden ser los autores del capítulo que rescate la
esperanza.
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Estudiante avanzado de Relaciones Internacionales e investigador emergente en teología política, derecho internacional y ética en las relaciones internacionales. Trabaja en la Cámara de Comercio e Industria de Cortés (CCIC) en el área de desarrollo empresarial y colabora con organizaciones sociales. Interesado en la dimensión moral de la política exterior, combina su formación académica con estudios autodidactas en economía y análisis estratégico.
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